Adolfo Enrique Sandoval Farías, técnico electrónico de 32 años, dejó su casa en Comodoro Rivadavia, Argentina, en febrero de 1993. Le dijo a su esposa: “Voy al kiosco de la esquina y vuelvo”. Pero no volvió. Ni ese día, ni en los 10,950 días siguientes. Su desaparición se convirtió en un misterio que duró tres décadas.
Tres décadas después, la oficial Daniela Millatruz y su equipo de la División de Búsqueda de Personas dieron con Sandoval Farías en General Conesa, Río Negro. El hombre, ahora con más de 60 años, abrió la puerta y confirmó su identidad sin problemas. “Sí, soy yo”, dijo, como si hubiera estado esperando la visita.
La explicación más insólita: “Estaba cansado”
Sandoval Farías confesó que se fue porque estaba “cansado” de su matrimonio. Tomó su campera, su documentación y desapareció sin dejar rastro. No volvió a contactar a su esposa, Nelci Isabel, ni a sus familiares en Chile. “No era mi intención”, dijo, como si 30 años de silencio fueran algo casual.
La tecnología lo encontró, pero el pasado ya no lo buscaba
Millatruz explicó que, gracias a sistemas modernos, lograron dar con él. Sin embargo, la esposa que lo denunció falleció años atrás. Ahora, la policía busca a sus hijos para cerrar este capítulo. “En los 90 no teníamos estas herramientas”, admitió la oficial.
¿Un final feliz? Difícil de decir. Sandoval Farías vivió tres décadas en el anonimato, sin preocuparse por quienes lo buscaban. Mientras tanto, su familia quedó atrapada en el humo de su desaparición. Quizás, después de todo, el cigarrillo más largo de la historia no fue el que compró, sino el que se fumó su vida.
