No fue un día cualquiera en Chile: falleció “Oso”, el perrito callejero que por años eligió la esquina del bar Alameda como su hogar. Quienes pasaban por allí lo conocían bien: dormía tranquilo, cuidaba el lugar y recibía caricias de vecinos, mozos y clientes. Su presencia era tan constante que se convirtió en parte del paisaje, un símbolo de amor silencioso y compañía incondicional.
Tras su muerte, su rincón se transformó en un altar de afecto. Flores, fotos, velas y mensajes cubrieron la vereda donde solía echarse al sol. “Gracias por tu amor incondicional”, escribió alguien conmovido. El bar que siempre lo cobijó también expresó su dolor: “Quedan pedacitos de su alma aquí, en el cielo, en las flores y en la gente”.
Aunque ocurrió en otro país, la historia de Oso cruzó fronteras y tocó corazones en toda Latinoamérica. En redes sociales, miles compartieron imágenes y mensajes, recordando que a veces los héroes del barrio no tienen capa... sino cuatro patas y una mirada que abriga.