En lo alto de Poscaya, Nazareno, sin luz ni agua, nació Laura Alberto, la única sobreviviente de once embarazos. “Mamá tuvo once hijos, pero solo yo quedé en pie”, recuerda con la voz quebrada. Hoy, después de décadas de esfuerzo, vuelve a Salta convertida en una de las enfermeras investigadoras más reconocidas del país.
Volver a su cerro natal fue para Laura un viaje cargado de emociones. “De la casa solo queda una tapia de adobe”, confiesa entre lágrimas. La pobreza extrema marcó su infancia, pero también la empujó a buscar un futuro mejor. Migró, vivió con familias solidarias y encontró en la educación la llave para cambiar su destino.
Ingresó al Ejército Argentino para estudiar enfermería, asegurando techo y comida mientras se formaba. En 2002 se graduó, soñando con el CONICET, pero las reglas de edad se lo impidieron. La terapia intensiva le abrió las puertas de la investigación y en 2004 llegó a Cambridge, donde descubrió que la enfermería también podía ser ciencia.
Entre 2005 y 2015, Laura persiguió becas internacionales, aprendió inglés durante más de una década y sumó títulos y especializaciones. En 2015 dejó un trabajo estable para doctorarse en Australia, apoyada por sus padres. “Me fui con dos valijas y una convicción enorme”, dice. Regresó en 2019, poco antes de la pandemia y la dolorosa pérdida de su papá.
“No importa de dónde vengas, tu color de piel o tu condición social: todos podemos lograr lo que soñamos”, asegura. Para ella, la investigación es un acto de cuidado, un modo de retribuir lo que recibió. Su mensaje es claro: persistencia, disciplina y creer en el valor propio.
El próximo año, Laura se sumará al Hospital Dr. Arturo Oñativia, en Salta. Su vida, que comenzó en un humilde cerro y alcanzó escenarios académicos internacionales, hoy se convierte en un faro de esperanza para quienes sueñan con transformar su historia.