Alfredo Valia, un exferroviario despedido en los 90, pasa sus días desmalezando vías olvidadas en General Belgrano, Buenos Aires. Con un machete y una pala, lucha contra el tiempo y el abandono, limpiando tramos del ramal Altamirano-Las Flores, clausurado en 2005. "Si la vía está limpia, la gente la respeta", dice. Su obsesión: que el tren vuelva.
El ramal, inaugurado en 1871, fue privatizado en los 90 y dejó de transportar pasajeros. Aunque alguna vez circuló carga, hoy yace en el olvido. Valia, sin embargo, no claudica. "El ferrocarril es parte de mi vida", confiesa mientras recuerda sus años como técnico en Remedios de Escalada, antes de que un telegrama lo dejara sin trabajo.
"Fue terrible. Menem nos echó a los jóvenes para destruir el ferrocarril", lamenta. Tras su despido, se mudó a General Belgrano, pero nunca abandonó su pasión. En su casa, un modelo a escala del ramal revela su amor por los trenes. "Al que le gusta el ferrocarril, siempre es ferroviario", afirma con convicción.
Hace años, descubrió a Alberto Capenti, otro "loco" que limpiaba vías en Las Flores. Juntos fundaron Rieles del Salado, una asociación que mantiene 25 km de rieles. Con herramientas donadas y un tractor, trabajan contra el desgaste y el saqueo. "No creo que el tren vuelva pronto, pero mantenemos la esperanza", dice Capenti.
Un jefe de estación siguió yendo a trabajar aunque no pasaban trenes. Tras su muerte, los vecinos conservaron el lugar. “Hoy vas a la estación de Newton y están las cartas que la gente escribió en ese momento esperando que pase un tren para llevárselas”. "Esto es más que rieles; es memoria", susurra Valia.
Mientras los políticos discuten, ellos siguen limpiando. No piden dinero, solo creen en un futuro sobre rieles. "El tren une pueblos, economiza y sueña", dice Valia. Su cruzada, como las vías, no tiene fin.